lunes, 23 de julio de 2007

Episodio 1: Shújov movement


Origen: Alguna ciudad del Atlántico.
Destino: Moscow (Rusia)


Ana: En ese cartel ponía Casa de las Chuches a 200 metros.

Hombrecillo Rana Lucas: Mire señorita, lo único que puedo decirle es que por aquí está trazada la nueva vía que conecta Azahar Este con el Centro de Tratamiento de Dátiles.

Ana: Bueno, ¿pero es que no puede ayudarme?

Hombrecillo Rana Lucas: Yo aquí soy un mandado sabe. Cumplo órdenes directas de la oficina del ayuntamiento.

Ana: ¿Y qué hago?

Hombrecillo Rana Lucas: ¡Y qué hago! ¡Y qué hago! No lo sé señorita, pero le agradecería que no me hiciera perder más el tiempo ¡eh! Gracias.

Ana: Pero, pero…

Hombrecillo Rana Lucas: ¡Nene! ¡Dale al botón!

Ana: Pero…

Hombrecillo Rana Lucas: ¡A ver! Joder, qué inepto. ¡Déjalo, que ya voy yo a darle!


¡¡Ah!! Joder, sólo era un sueño. Oye, que sueño. Debo tener un trauma de pequeña o algo por el estilo. ¿Será cosa de los antihistamínicos? Barajo la posibilidad de que un ser de un universo paralelo ha entrado en mi subconsciente para avisarme del suceso trascendental que alterará el orden del planeta tal y como lo conocemos. Es posible que lo haga a través de estos mensajes encriptados. La verdad es que si alguien está jugando con lo que tengo dentro de la quijotera se ha pasado de la ralla. Vale que meta cosas raras en mis sueños, hasta ahí tendré que aguantarme, pero no me hace ni puta gracia que use mis recuerdos personales en sus delirantes historias. Y eso va por Lucas ¿Conocen a Lucas? Creo que aún no les hablé de él.


Lucas es un chico que conocí en la fiesta que dio una amiga en su piso hará unos cuatro meses. Al parecer mi amiga y él coincidieron en un proyecto profesional. A la empresa de mi amiga la llamó una productora de cine de animación para hacer un mediometraje hentai titulado ‘Shibu Sun Bed’. La peli trata de una chica bien avenida, Shibu, que se ve obligada a mantener relaciones sexuales con chicos (por supuesto ninguno de ellos es su novio, vamos, que ni se quieren ni nada) presionada por unos documentos que la incriminan en un asunto peliagudo cuanto menos: Traspaso de capitales a paraísos fiscales de la empresa para la que trabaja. Mi amiga era una de las guionistas y él formaba parte del grupo que se encargaba del diseño gráfico. Fue todo un éxito. Me lo presentó en la fiesta que organizó para celebrarlo, estuvimos hablando un rato, tomamos algo y si, me mola ese chico.


Pues eso, que Lucas con cuerpo de anfibio queda un poco ridículo, y a mí personalmente no me provoca un estado risueño. ¡Uy qué tarde! Subí las persianas y la habitación se inundó de un agradable color naranja. Me abalancé sobre la cafetera para preparar algo que me pusiese a tono. Volví al baño para realizar una ducha rápida, me cepillé los dientes y bajé a toda velocidad las escaleras para iniciar un nuevo día lectivo.


Llegué a la terminal y entré en la zona reservada al personal. Allí me cambié y recogí los datos técnicos del vuelo. Moscú, ese era el destino que me tocaba cubrir. También era mala leche, ya que había llegado el calorcito tenerte que ir a Rusia pero bueno, esto es curro y no vacaciones en el mar. Pasamos el reconocimiento de rutina a la lista de pasajeros y nos dispusimos a darles la bienvenida a la entrada del avión.


¿El viaje dices? Pues nada, que si el televisor está por aquí, que si la zona de aseo está por allá, que si para despegar deben colocarse bien los cinturones los cuales en estos instantes reposan bajo sus traseros, que si se incendia un motor y nos matamos pónganse antes el chaleco naranja para sobrellevar mejor el momento… En fin, todas esas mierdas que a una le obligan a decir.


Llegar y hacer noche en Moscú, así estaba el panorama. Moscú, la ciudad de los pámpanos y la pérdida de sentido del tacto. A mí el frío me desensibiliza.


Llegué al hotel, salude a la recepcionista. También podía haberla insultado de forma obscena, grotesca e incorrecta, y muy posiblemente no hubiera cambiado mucho la escena, aún así, hice consumo de la corrección que tan característica me hace parecer. Me apresuré al cuarto de baño a llenar la bañera. Una vez estuvo cercana a su límite de caudal, y teniendo en cuenta que cuando me introdujese el nivel ascendería otro tanto, cesé en el llenado. Saqué unas sales de mi bolsa de aseo, hice uso de ellas y me introduje en el candor de una rusa bañera. Creo que fue al ritmo del Forty Dollars de los Twilight Singers cuando cerré los ojos. Me imaginé mirando por la helada ventana de la habitación del hotel, con la Torre de Shújov a unos metros. Me imaginé acercándome a la Torre de Shújov, y colocándome justo en el centro, y mirar hacia arriba. Me imaginé subiendo hacia la copa. Me imaginé siendo enviada por ondas radiofónicas. Me imaginé aquí. Me imaginé allí.


Juro que en aquél momento no quería volver, lo juro por lo más sagrado.